Seré más tarde quietud desbocada, aullido en un susurro,
espada de junco, cascada en la hoguera.
Abriré las puertas de mi vida.
A ti que acabas de llegar a la intimidad de mi tiempo
dime qué puedo ofrecerte, no guardes silencio.
Acaso estás mirando mi semblante o mi vieja vestimenta,
tal vez mi cabello rizado y su ceniciento color.
O quizá la débil sonrisa, que guarda los llantos,
los exiliados deseos, las ilusiones truncadas.
Es libre de exigencias y danza en el parque
A veces se derrama jubilosa por nada, por sí misma
por el gesto del viento que la sostiene
junto al rumor de ramas, en un delgado siseo entre las rocas,
en la voz escondida que ya no tiene palabras ni pensamientos,
solo un eco que entona distraído antiguas melodías.
Y luego se demora, se aquieta, duerme sin dormir, sueña sin soñar,
solo está, inconsciente, peregrina, enigmática.
Quisieron arrancarle su inocencia con un préstamo de oropel,
con uñas de mediocres sombras.
Si, le ahumaron el color con carmín de anestesia.
Pero ya ves, solo hirieron el reflejo de mi máscara,
solo quemaron mi piel confiada,
pero no esta voluntad que sigue brincando en mis venas,
la que me sigue como fiel mascota
mientras yo dejo pasar los días sin descifrar su contenido.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Abriré las puertas de mi vida.
A ti que acabas de llegar a la intimidad de mi tiempo
dime qué puedo ofrecerte, no guardes silencio.
Acaso estás mirando mi semblante o mi vieja vestimenta,
tal vez mi cabello rizado y su ceniciento color.
O quizá la débil sonrisa, que guarda los llantos,
los exiliados deseos, las ilusiones truncadas.
Es libre de exigencias y danza en el parque
A veces se derrama jubilosa por nada, por sí misma
por el gesto del viento que la sostiene
junto al rumor de ramas, en un delgado siseo entre las rocas,
en la voz escondida que ya no tiene palabras ni pensamientos,
solo un eco que entona distraído antiguas melodías.
Y luego se demora, se aquieta, duerme sin dormir, sueña sin soñar,
solo está, inconsciente, peregrina, enigmática.
Quisieron arrancarle su inocencia con un préstamo de oropel,
con uñas de mediocres sombras.
Si, le ahumaron el color con carmín de anestesia.
Pero ya ves, solo hirieron el reflejo de mi máscara,
solo quemaron mi piel confiada,
pero no esta voluntad que sigue brincando en mis venas,
la que me sigue como fiel mascota
mientras yo dejo pasar los días sin descifrar su contenido.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Comentarios
Publicar un comentario