Me acurruco en ese abrazo que ya no está,
en ese espacio que lleva tu nombre,
tu silencio de latido, tu olor evaporado,
tu rumor en el eco que perdura dentro de mis sentidos.
Mi guardián de vida, sin hacer ruido, me detienes
cuando el abismo está cerca,
das sombra cuando el sol calienta, me arropas cuando el llanto llama al insomnio.
Sonríes a mi sonrisa, me cantas a cielo abierto con los jilgueros
en la suave brisa que llega desde el horizonte;
anhelos de rondar las cumbres,
de calmar el cansancio de los pies en esa piedra que todavía permanece
como muda testigo de nuestros momentos.
Te vas del recuerdo para quedarte en la vida,
siempre delante de mis pasos
escondiéndote entre arbustos, del otro lado del puente,
rielando en el agua del río.
Y en la orilla el deseo de mojar mi calzado -travesuras de un juego- ,
para contemplarte otra vez moviendo tu cabeza,
el ceño fruncido y la ternura en tus ojos.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
tu silencio de latido, tu olor evaporado,
tu rumor en el eco que perdura dentro de mis sentidos.
Mi guardián de vida, sin hacer ruido, me detienes
cuando el abismo está cerca,
das sombra cuando el sol calienta, me arropas cuando el llanto llama al insomnio.
Sonríes a mi sonrisa, me cantas a cielo abierto con los jilgueros
en la suave brisa que llega desde el horizonte;
anhelos de rondar las cumbres,
de calmar el cansancio de los pies en esa piedra que todavía permanece
como muda testigo de nuestros momentos.
Te vas del recuerdo para quedarte en la vida,
siempre delante de mis pasos
escondiéndote entre arbustos, del otro lado del puente,
rielando en el agua del río.
Y en la orilla el deseo de mojar mi calzado -travesuras de un juego- ,
para contemplarte otra vez moviendo tu cabeza,
el ceño fruncido y la ternura en tus ojos.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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