La alambrada es seda entre espinas sobre cuerpos
que anhelan la desnudez en el frío, casi al borde de la congelación buscando la lava del volcán para ser ungidos en su feroz tatuaje.
Somos monedas que caen cara o cruz y sin embargo
el poderoso arrancó los ojos de los testigos
y es el único que remata el azar como un juego tramposo.
Manos enlazadas, padres, hijos, ascendientes...
La emoción como rejas de encierro
y la devoción entre los dientes que renuncian a su dentellada.
¿Quién amputó las garras primitivas?
Resignación penetra despacio, sutilmente,
heroína amable, amor de impurezas que se adhiere
con promesas de esperanzas.
Amor en vena, tatuaje de humo en las entrañas,
ebriedad santificada.

Olga Maria Sain
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