Niña, muchacha, mujer, vistes el filo mellado de una antigua espada,
herencia de una estirpe que amaneció desahuciada.
Gritas acuchillando campos, alambrados, destinos que mudan promesas, ausencias de plomo en las miradas.
¿Huyes?
¿Amenazas al fuego que besas en el ritual de tu danza?
Torpe paso calzas y la desnudez de tus pies entre las zarzas
hace que la sangre decore la tierra, pedregosa, roturada, que los buitres huelen desde la quebrada.
Serás sueño y no muerte, una locura tallada como estigma en el altar de cualquier cañada.

Desde lejos el eco comprime tu garganta.

Olga Maria Sain
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