Un remanso sin nombre va moldeando al día,
esboza el mañana con aliento mudo.
El nido es ya camastro para los espejismos,
los cantos de jilgueros están anudados al sonido de las campanas.
Y enmudecen ellas como si la fatiga fundiese su hierro.
El sol intenta abrillantar su copa invertida,
el viento se adentra queriendo ser badajo.
Pero nadie tira de esa cuerda, no hay manos que extraigan su sonido.
Sus entrañas aúllan a los prados cuando emigran las cigüeñas.
Sí, adioses enlazados en el tiempo
que salta urgente cuando se acomoda
en el giro de la veleta, desmenuzando abandonos,
atonías, atisbos de muerte al borde de un suicidio.
Y sin embargo brilla a lo lejos una pequeña luz.
Es la esperanza.

Olga Maria Sain
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