De allá de la lejana cordillera baja la primavera
hasta besar el muro de la antigua ciudad.
En él me siento y mientras se recoge el pájaro en su nido
dejo al pensamiento por la ardua labor entumecido, volar...
Sus alas dilatadas, en esa hora
de paz, en que la gran naturaleza
parece, como el hombre, pensadora
y en el paisaje que el ocaso dora
ni un árbol ni una flor se despereza,
cual si la tierra toda, el mar inmenso
en el ocaso del sol, rojo y suspenso
el pájaro, la flor, el peregrino,
interrogaran mudos, el profundo
misterio de su origen y destino.
Pensativo mi espíritu pregunta
el secreto del mundo:
pero, mientras cual náufrago errabundo
por los espacios infinitos boga,
una hebra como hilo de cometa,
que a los maternos lares lo sujeta.
Cesa el latido del taller cercano
que arroja su postrera bocanada;
tuerce el curso del agua el hortelano,
gime al pasar el ave rezagada,
el carro traquetea y la noria rechina.
En la techumbre humea
la cena del obrero que camina,
con la herramienta al hombro,
a su vivienda y reparte la madre a sus chiquillos
la frugal merienda.
y llegan hasta mi, de todos lados
los rumores profundos
que surgen de su seno ya apagados,
ya fuertes, ya sutiles,
suave respiración de los hogares.
Y sus calles y plazas en que flota
el timbre de la voces infantiles
y el son de los juglares callejeros.
En la revuelta masa de edificios
se oscurecen contornos y colores
y asoman por lejanos orificios
algunas lucecillas interiores.
Veo la estrella tímida que brilla
en el oscuro fondo de mísera buhardilla
mansión desconocida,
en ella el alma popular anida
Y el que no logre que su vida irradie
hasta llegar al centro
de ese noble recinto, y que allí adentro
su sombra bendecida
habite entre las almas familiares
y haga latir los pechos,
y los humildes labios
repitan sus cantares
o sus heroicos hechos.
Resignarse a morir aunque los labios
le den su ejecutoria
resignarse a morir sin esa gloria
que perpetúa un nombre
y en las entrañas de la tierra cunde y poderosa funde
con la vida de un pueblo, la de un hombre.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
dejo al pensamiento por la ardua labor entumecido, volar...
Sus alas dilatadas, en esa hora
de paz, en que la gran naturaleza
parece, como el hombre, pensadora
y en el paisaje que el ocaso dora
ni un árbol ni una flor se despereza,
cual si la tierra toda, el mar inmenso
en el ocaso del sol, rojo y suspenso
el pájaro, la flor, el peregrino,
interrogaran mudos, el profundo
misterio de su origen y destino.
Pensativo mi espíritu pregunta
el secreto del mundo:
pero, mientras cual náufrago errabundo
por los espacios infinitos boga,
una hebra como hilo de cometa,
que a los maternos lares lo sujeta.
Cesa el latido del taller cercano
que arroja su postrera bocanada;
tuerce el curso del agua el hortelano,
gime al pasar el ave rezagada,
el carro traquetea y la noria rechina.
En la techumbre humea
la cena del obrero que camina,
con la herramienta al hombro,
a su vivienda y reparte la madre a sus chiquillos
la frugal merienda.
y llegan hasta mi, de todos lados
los rumores profundos
que surgen de su seno ya apagados,
ya fuertes, ya sutiles,
suave respiración de los hogares.
Y sus calles y plazas en que flota
el timbre de la voces infantiles
y el son de los juglares callejeros.
En la revuelta masa de edificios
se oscurecen contornos y colores
y asoman por lejanos orificios
algunas lucecillas interiores.
Veo la estrella tímida que brilla
en el oscuro fondo de mísera buhardilla
mansión desconocida,
en ella el alma popular anida
Y el que no logre que su vida irradie
hasta llegar al centro
de ese noble recinto, y que allí adentro
su sombra bendecida
habite entre las almas familiares
y haga latir los pechos,
y los humildes labios
repitan sus cantares
o sus heroicos hechos.
Resignarse a morir aunque los labios
le den su ejecutoria
resignarse a morir sin esa gloria
que perpetúa un nombre
y en las entrañas de la tierra cunde y poderosa funde
con la vida de un pueblo, la de un hombre.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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