Algo me decían las hojas que el viento dejaba sobre el suelo,
mientras la luz del otoño pintaba indefiniciones en los adoquines.
Era un adiós, tal vez, un hasta luego ...
Quizás un mañana que no está escrito se despida prematuramente
porque no sabe dónde buscar el candil que se extingue
para avivar la llama unas horas más, acaso meses,
una prórroga arrancada a esa cláusula no escrita.
Retengo melancolías que de tarde en tarde sonríen
disfrazadas en la timidez de su juego.
Si, ellas fingen el llanto que se esconde en el kiosco cerrado,
aquél de los helados de la infancia;
aquél que se llevaron un día, sin avisar.
Y allá quedaron risas, susurros, llantos ansiosos,
caprichos del hambre, del azúcar, la vainilla, el barquito que gotea,
el día de fiesta, ilusión casi a hurtadillas,
los pies levantados en puntitas, mirando sin parpadeos la magia del sabor después de desprenderse de esa moneda que el padre
dejó bajo la almohada.

Olga Maria Sain
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