Antesala en el impulso, el niño interior siempre atento
en el laberinto del tiempo.
El centro es la periferia, el camino la confianza,
Vacías las manos sin el desdén de la conciencia atravesada por la culpa,
derrotada por el reverso de la experiencia que se rasga en decepciones.
El laberinto atrae, oprime, seduce, promete, desorienta,
angosta quizá la fluidez pero mirando hacia el interior,
muy dentro hasta penetrar la tierra y recoger su centro,
un universo acude con alas boreales a darnos el reflejo,
como brújula tatuada en la retina.
Hay que desprenderse del ropaje que acumula
la inseguridad en la vida para sentir un halo de brisa
y el lugar de donde llega.
Del centro a la periferia casi es un salto existencial,
una templanza que rasga tules agrisados.

Olga Maria Sain
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