El hogar limitado por el mandato de un silencio,
vaporiza mi presencia y la levita en su narración.
En la reclusión se decora el abandono con hallazgos.
Sobre mi mano tiembla la soledad enjugando su intermitente estremecimiento.
Un modelo para que el tiempo se aísle de sí mismo
porque algunas veces se forja como compañero que rezuma anhelos,
que aprieta la luz del día sabiendo que llegará la noche,
y teme ese paso, ese puente sin regreso.
Pero yo sé que la otra orilla también está bordada
por los juncos que se inclinan sobre el agua,
por abanicos de helechos que adornan el mosaico
que la sombra teje desde las ramas de álamos, fresnos y sauces.
Esa otra orilla es un nuevo asentamiento.
Saludos al azar de un peregrino que se asoma desde su camino trazado.
¿Y el tiempo?
Nace y se deshace ensimismado mirando el agua como un eterno devenir;
fugacidad en ondas de vidrieras que se acurrucan en unos ojos
cuando éstos se cierran.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
En la reclusión se decora el abandono con hallazgos.
Sobre mi mano tiembla la soledad enjugando su intermitente estremecimiento.
Un modelo para que el tiempo se aísle de sí mismo
porque algunas veces se forja como compañero que rezuma anhelos,
que aprieta la luz del día sabiendo que llegará la noche,
y teme ese paso, ese puente sin regreso.
Pero yo sé que la otra orilla también está bordada
por los juncos que se inclinan sobre el agua,
por abanicos de helechos que adornan el mosaico
que la sombra teje desde las ramas de álamos, fresnos y sauces.
Esa otra orilla es un nuevo asentamiento.
Saludos al azar de un peregrino que se asoma desde su camino trazado.
¿Y el tiempo?
Nace y se deshace ensimismado mirando el agua como un eterno devenir;
fugacidad en ondas de vidrieras que se acurrucan en unos ojos
cuando éstos se cierran.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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