Necesité comprender los oscuros pasadizos de mi alma,
entre las redes de las otras almas que oran, esas que son penitentes,
a veces sí, en el sabotaje de su inocencia para hermanar la cordura
con los erráticos trazos de su enajenación.
En el otro fuselaje que contenía lo sagrado,
necesité sumergirme en el ancla de su enigma,
esa que amarraba el cielo reflejado en las aguas.
Aguas quietas, bravo oleaje, tempestades como alientos
en el bisel de una agonía.
Ya no suenan sus herrajes, son espuma adornando
la arena y las rompientes, niebla que acuna envolvente
el envés de su alquimia.

Quise descender por las grietas de las suturas de una antigua herida,
aquélla que ofreció mi vida al destino en un totémico sacrificio.
¿Alcancé el secreto de la verdad en su quimera?
¿Guardas silencio?
La tierra se mira en tu rostro desde su reflejo en el aire,
el que acaricias como rostro sagrado de aquélla a quien amaste.
¡ Ah! destino de poeta, estandarte en tu locura, tu voz tiembla cuando calla, tu voz arrulla mientras recita ese trasluz de un amanecer
que acontece tras tus pasos.

Pero tú, tañedor de espejismos lo guardas entre tus cabellos.
Te hiciste eremita en lo impenetrable de tu ausencia,
rasgada insentatez, sabiduría que se entretiene en desanudar sílabas.
La agonía te cubre en su regazo, ansia de la madre eterna,
la que agita en las montañas los ecos de tus primeros pasos...

Olga Maria Sain
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