Se oyeron voces decir
que nadie se acerque a las líneas de fuego,
que la deserción aparece como un deseo de última hora
que el estallido avasalla los instantes,
obtura las fugas posibles
devorando los trayectos que involucran todos los más,
todos los todavía, todos los nunca,
la tardía voluntad que atraviesa el agotamiento
y reblandece la permanencia del crepúsculo.

Se oyó preguntar desesperadamente
que dónde estaban las líneas de fuego,
que dónde se abren los frentes
y vomitan las gargantas fulgurantes sus discursos de azufre,
sus rojas geografías y muertes incendiarias
el talante descarnado de sus gangrenas.

A cada paso se dijo:
Aprendimos que hay frentes y atrases
abajos desde muy abajo
y arribas impensablemente galácticos e inasibles.
Entonces se supo que hay talones de Aquiles
y manos de Aquiles y ojos por dientes
y dientes por ojos
pero también cabezas de turcos y espinas de cristos
y carnes de cañones que no tienen fatigas ni vicios
y corazones que no sienten mientras se los confine en las sombras
en exaltada traducción realista de la metáfora.

Y también aprendimos
que más valen mil pájaros volando que uno en la mano
y que donde se pone el ojo se pone la bala
y que las balas son chispas inocentes que dilatan los poros del aire....
y, que después de los chasquidos
una voz advertirá buenamente
que nadie se acerque a las líneas de fuego.

Olga Maria Sain
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