Cierras la puerta, das un vistazo a lo que queda
y apagas el interruptor.
La luz se cierra también por un tiempo.
Y tú, como yo, ordenas un poco la cabeza
antes de disponerte a descansar.
Y a soñar.
Hay para quien no hay puerta
Ni qué observar si está o no.
No hay interruptor.
Y la luz se cierra solamente
cuando los párpados se vencen,
entre la alarma del interior que crece
y no deja ordenar
ni un poco la cabeza.
Ni descansar.
Ni soñar.
Porque no hay ya espera.
Y la esperanza se cierra cada día
a los cuartos de la aguja del reloj.
Cada hora, una travesía.
Y cada ruego, un cielo tan lejano
como el amparo de un techo.
O un corazón.
La realidad que no ves, existe.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Y tú, como yo, ordenas un poco la cabeza
antes de disponerte a descansar.
Y a soñar.
Hay para quien no hay puerta
Ni qué observar si está o no.
No hay interruptor.
Y la luz se cierra solamente
cuando los párpados se vencen,
entre la alarma del interior que crece
y no deja ordenar
ni un poco la cabeza.
Ni descansar.
Ni soñar.
Porque no hay ya espera.
Y la esperanza se cierra cada día
a los cuartos de la aguja del reloj.
Cada hora, una travesía.
Y cada ruego, un cielo tan lejano
como el amparo de un techo.
O un corazón.
La realidad que no ves, existe.
Olga Maria Sain
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