Disparaba una a una, a mansalva,
a destajo, a desenfreno, a descargo.
Disparaba con la fuerza del dolor atragantado,
con el peso del pasado y la angustia del hoy.
Parecía liberarme con cada estallido
de verdades siempre guardadas.
Atiborrados estaban los sentidos,
extraviados entre nubarrones de falta de piedad
que me han llovido desde siempre.
El cielo se vestía de tierra y borraba las fantasías.
La magia tristemente en realidad se convertía
fría, caliente, siempre contundente.
A medida que mi boca se vaciaba
iba variando, se recontía, casi no dolía.
En medio de esa contienda que parecía ganada
comencé a notar las gotas que golpeaban
una a una sobre el piso. Sangraba.
Recién entonces me dí cuenta.
que las palabras que arrojé sólo me habían herido a mí.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Disparaba con la fuerza del dolor atragantado,
con el peso del pasado y la angustia del hoy.
Parecía liberarme con cada estallido
de verdades siempre guardadas.
Atiborrados estaban los sentidos,
extraviados entre nubarrones de falta de piedad
que me han llovido desde siempre.
El cielo se vestía de tierra y borraba las fantasías.
La magia tristemente en realidad se convertía
fría, caliente, siempre contundente.
A medida que mi boca se vaciaba
iba variando, se recontía, casi no dolía.
En medio de esa contienda que parecía ganada
comencé a notar las gotas que golpeaban
una a una sobre el piso. Sangraba.
Recién entonces me dí cuenta.
que las palabras que arrojé sólo me habían herido a mí.
Olga Maria Sain
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