Hay una insistencia en tomar la vida como una carrera
con una meta establecida.
La incoherencia de buscar coherencia en todos nuestros actos con moralejas expresas o corolarios definidos.
La constante búsqueda de desafíos sintiendo que lo propio es lo más importante.
Deambular con rumbos fijos y constantes sin permitirnos el fantástico delirio de salirnos de ruta, de liberar el lastre,
de sacrificar teorías, de salpicarnos de osadías,
de reír hasta que duela la panza, de chapotear baldosas flojas.
La constancia forzosa de andar a conciencia, con pasos firmes,
cuando las ganas claman por ir dando saltos, tarareando viejas melodías y llorar por esa canción de nuestra adolescencia.
La poca valentía de dejar mandatos y desafiarnos a conocernos a nosotros mismos.
Latamos en la premisa de no llevar premisas, de vibrar al escucharnos hoy.
Y así como estamos oigamos la canción que nos canta el corazón.
Dejemos la manía de vestirnos de serios.
Vamos a desnudarnos de ingenuidad.
Abandonemos la locura de pretender cordura a costa de quienes somos.
Desbaratemos esa falta de permisos para con nuestros sentimientos.
Después de todo el mundo es tan alto como nos animemos a volar.
Y el cielo nace más cerca cuando mis ojos se alzan.
Vamos hoy a hamacar la esperanza como en el juego de la plaza, alto, muy alto, con alegría,
que la vida es bella y a ella hemos venido también a jugar.

Olga Maria Sain
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