Las gaviotas se pierden en la bruma
hundiéndose en el aire naranja,
van hacia el horizonte,
el aire dorado las absorbe
el aire borra así la uña
quebrada de la luna
y dos estrellas se disuelven también.

Todo se excita, se exalta,
láminas nerviosas vibran
al contacto con la brisa encendida
el agua hierve y despide espumas,
chorros blancos, violentos, altos,
heridos de sensibilidad.

Todo anuncia la inminencia del sol
una brasa en el centro del mar,
un fuego latiendo en la atmósfera quieta,
una joya despidendo luz enloquecida.

Mis pasos separan el mar de la ciudad,
donde los pájaros nacen entre verdes,
en el refugio de aire perfumado:
sienten en la sangre el devenir de la luz
atraviesan el mar y la sal con sus latidos,
y cantan en la oscuridad la promesa del sol.

Mis pasos vacilan e integran,
en el borde, en la orilla,
besando las espumas y el rumor de las hojas,
mis piernas, mis ojos separados, mis brazos
abiertos a la tierra y al mar,
mis palmas apoyadas en el regazo fresco
donde los coracoles se estremecen:
oídos de arena
bebiéndose las voces errantes
que vuelven y viajan con las olas.

Soy el aire sufriente,
el agua emocionada,
el viento que golpea la luna
hasta que el mar,
íntimo, pequeño,
se disuelve en mi sangre.

Olga Maria Sain
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