Lo asumo. Entro a mi terreno.
Me siento, lo más cómoda que puedo y comienzo.
Uno a uno, desde mi pecho abierto.
Allí donde fueron los impactos, donde su entrada ha dolido.
Al rojo vivo.
Me reconozco única protagonista en esta misión.
Voy a sanarme, a enfrentar lo cierto,
acepto el riesgo aunque pueda desangrarme.
Una a una, saco las balas, las derrotas, los miedos, las aflicciones.
Allí están, en lo más profundo, los dolores.
Uno a uno los tomo suavemente en mis manos con firmeza, los recorro con el tacto, los reconozco propios con los ojos cerrados.
Siento el calor que van tomando cuando los rozo, los rodeo, los palpo, los percibo.
Esta es la manera, tomarlos, recorrerlos, reconocerlos.
Es un proceso lento y estoy dispuesta a hacerlo.
Solo el recorrido de mis palmas y tenerlos en mis manos, los vulnera.
Poco a poco, la fina capa que los recubre se va haciendo arena.
Los desarmo, los desmenuzo, los deshago.
Y para mi asombro adentro tienen semillas, pequeñas, diminutas, livianas,
Saltan a mi pecho sin poder impedirlo.
Ahí están, adentro.
En cada proceso, se repite el mismo hecho.
Cada dolor desmenuzado, cada dolor que me ha atravesado de mi pecho rescatado, ahora entre mis manos y reconociéndolo, suelta semillas,
de crecimiento, fina hierba que trae lo nuevo, lo necesario, lo que es fértil en mi terreno y solamente en él.
Esta es la manera. Debo y quiero hacerlo.
Uno a uno entre mis dedos.
Un color grisáceo tiñe mis dedos, mis uñas, mis palmas y mi mente.
Es un gris azulado, color noche, de tormenta que con mi mirada se va deshaciendo.
Aún falta. Recién comienzo.
Pero las semillas que crecerán en mi están siendo liberadas.
Cada dolor las lleva encerradas.
Despacio, me atrevo y de ésta manera quiero hacerlo.
Pronto, la noche será cobarde entre mis tiempos.
Allá, aún un poco lejos la luz asoma.
Y amanecerá.

De nuevo.

Olga Maria Sain
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