Muerte, siempre entablamos diálogos de eternas compañeras.
No llevas sobre tu imaginario la oscuridad que imponen a tu rango,
eres esa mensajera de la vida palpitante siempre
que muestra la luz de la mañana y adorna con su mística el ocaso.
Me recosté a tu lado en la niñez al borde del miedo en la noche,
dancé contigo en mi juventud, danza y lucha cuerpo a cuerpo que siempre acababa en sereno llanto.
En la madurez dejas que lleve tus riendas ese corcel que vuela y su carruaje como una nube sin ruedas,
sin alas, levitando.
Miro lo cotidiano en perspectiva para regresar al centro
al diario tatuaje que oscila
del llanto a la risa,
de la risa al llanto,
descansando con largas pausas en los bordes de tu silencio,
en la quietud de los dones de un dios que se hace hábito en el lenguaje, hasta que tan solo una melodía retorne,
para quedarse.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
eres esa mensajera de la vida palpitante siempre
que muestra la luz de la mañana y adorna con su mística el ocaso.
Me recosté a tu lado en la niñez al borde del miedo en la noche,
dancé contigo en mi juventud, danza y lucha cuerpo a cuerpo que siempre acababa en sereno llanto.
En la madurez dejas que lleve tus riendas ese corcel que vuela y su carruaje como una nube sin ruedas,
sin alas, levitando.
Miro lo cotidiano en perspectiva para regresar al centro
al diario tatuaje que oscila
del llanto a la risa,
de la risa al llanto,
descansando con largas pausas en los bordes de tu silencio,
en la quietud de los dones de un dios que se hace hábito en el lenguaje, hasta que tan solo una melodía retorne,
para quedarse.
Olga Maria Sain
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