Voy saciándome de cuanto me desprendo,
querencias que se despiden, esperas sin atuendo,
solo el perfil de su apariencia,
una ilusión que se hace aire en la lejanía.
Todo mi bagaje se vuelve vuelo, levita más allá de lo imaginable,
la mudez y las palabras,
la risa y el llanto van en raudo caudal hacia el mar.
Y el mar también se aleja aunque parece volver en un
solo un goteo peregrino que se evapora entre las rocas
y se hunde en las huellas de la seca arena.
Voy saciándome de cuanto me desprendo,
el amor... vapor de luminarias en la desembocadura,
junto a la barca olvidada de aquél anciano
que hoy dormita en la víspera de su adiós.
barcaza donde juegan unos niños figurando aventuras
en el devenir de su vida, con la brújula en la mirada,
sin agendas que entorpezcan los bucles de su tiempo.
Un caleidoscopio de espejos encontrados
que se reiteran siempre diferentes,
porque los ojos que lo miran exploran su secreto.
Voy saciándome
de cuanto me desprendo,
mi nombre sin historia,
mi historia por trazarse nuevamente
a cortos pasos en el camino.
Voy dejando que el sendero sea selva
en mi andar cuando llega la noche.
Mi desnudez se extravía en su agreste lecho,
mimetizándose en su aroma,
fundiéndose en el regazo de su lealtad
matriz del retorno a la fuente de mi sangre.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
solo el perfil de su apariencia,
una ilusión que se hace aire en la lejanía.
Todo mi bagaje se vuelve vuelo, levita más allá de lo imaginable,
la mudez y las palabras,
la risa y el llanto van en raudo caudal hacia el mar.
Y el mar también se aleja aunque parece volver en un
solo un goteo peregrino que se evapora entre las rocas
y se hunde en las huellas de la seca arena.
Voy saciándome de cuanto me desprendo,
el amor... vapor de luminarias en la desembocadura,
junto a la barca olvidada de aquél anciano
que hoy dormita en la víspera de su adiós.
barcaza donde juegan unos niños figurando aventuras
en el devenir de su vida, con la brújula en la mirada,
sin agendas que entorpezcan los bucles de su tiempo.
Un caleidoscopio de espejos encontrados
que se reiteran siempre diferentes,
porque los ojos que lo miran exploran su secreto.
Voy saciándome
de cuanto me desprendo,
mi nombre sin historia,
mi historia por trazarse nuevamente
a cortos pasos en el camino.
Voy dejando que el sendero sea selva
en mi andar cuando llega la noche.
Mi desnudez se extravía en su agreste lecho,
mimetizándose en su aroma,
fundiéndose en el regazo de su lealtad
matriz del retorno a la fuente de mi sangre.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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