Dame tu mano para cruzar a la otra orilla.
Allá donde el jilguero anida y canta al amanecer,
donde el camino guarda mis pasos para encontrarte,
allá, donde el azul del cielo hace piruetas entre los álamos.
Dame tu mirada desde el espejo de sus ondas.
Cierro mis ojos para oler el silencio del pasto cuando crece;
el amor se asombra de la carga que lleva en sus espaldas.
Caído hay un pañuelo bordado de secretos que se confiesan.
Deja un beso en mi frente cuando te alejes mientras yo duerma sobre un césped de tréboles,
cruzando las manos sobre mi cabeza.
Ensayo de una muerte fugaz que espera el retorno sin medir el tiempo.
El tiempo es apenas la liviandad de un ancla sobre el aire,
cometa relegado que se quedó en el tejado de una vieja casa
y su vaivén marca una medida que se demora siempre en olvidar.

Olga Maria Sain
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