Tengo miedo y no sé de qué.
No de lo que viene a mi encuentro.
No, porque en eso espero y confío.
Del tiempo tengo miedo, del tiempo que se escapa tan rápido.
¿Huye? No. Se escapa, ni siquiera vuela: se desliza, se disipa, desaparece como la arena que el puño cerrado filtra hacia abajo a través de los dedos y nos deja en las manos un sentimiento desagradable de vacío, aunque
esos granos se queden en las arrugas de la piel.
Así, también el tiempo que pasa, se queda en nosotros.
Tal vez es porque ese tiempo, quedó en mí y me hizo especialmente feliz, más madura y porque todo lo doloroso que he pasado me hizo más fuerte.
Vivo esta vida intensamente, disfrutando de mi misma, exultante por la alegría de poder coexistir con mi yo interno.
Dentro de mi, cerrada como en un cofre, está mi alma,
un alma palpitante, risueña, nostálgica, apasionada.
Es así porque está llena de sentimientos;
un día sufro y gozo por lo que se puede sufrir o gozar en toda una existencia, no me arrepiento de mi pasado porque estoy contenta de ser yo, con mis defectos y con mis virtudes.
Ahora me doy cuenta que no es miedo.
Es simplemente amor a la vida.

Olga Maria Sain
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