Me quedé amarrada a las ausencias
desnuda en la fría capa de su duelo.
Han pasado muchos días, semanas, años,
se hizo antiguo el quejido
como un eco que se duerme.
Se hicieron invisibles esos vacíos,
donde la mano se hunde
cuando intenta tocar recuerdos.
Viejos están ya los recorridos
en el fragmento de sus renglones,
el libro perdió su tinta
al compás de las lágrimas,
de las caricias sin retorno
con velos de quimeras.
A veces asoman sueltos destellos
que la memoria no pudo retener.

Olga Maria Sain
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